La Toti era chiquitita. Delgadita y paliducha, con "carita de suspiro" como le decía la abuelita. Vivía en el doceavo piso de un gran edificio, muy alto y elegante, ubicado justo al final de la vista de cualquiera. Al preguntarle a la Toti donde vivía, ella señalaba con su dedo "allá!, donde se termina el cielo!". Y en cierto modo, así era. Cada vez que llovía el arcoíris se perdía detrás del edificio.
La Toti casi siempre estaba sola. Su hermano era muy grande para jugar con ella y la consideraba "una enana apestosa". Su mamá y su nana estaban siempre ocupadas en sus quehaceres. Su papá trabajaba todo el día. Así es que para no aburrirse, la Toti decidió "tomarse" el pequeño espacio que quedaba "después de la ventana". La terraza del departamento, forrada en malla protectora y llena de maceteros se convirtió en el bosque donde la Toti corría, comía, jugaba y hasta dormía.
Ella siempre hablaba cuando jugaba. Sin reparar en sus palabras, su mamá y su nana danzaban con escoba y plumero en mano igual que bailarinas en un remolino de limpieza, conformes con escuchar su voz de tanto en tanto, señal inequívoca de que seguía donde la habían dejado en la mañana.
Pero comenzaron a suceder cosas extrañas en la casa de la Toti. Cada tanto se asomaban a ver donde estaba, le llevaba la leche o la alzaban en brazos para llevarla a dormir la siesta y la encontraban con un dulce en la boca, una mariposa en el delantal, una estrellita en el pelo, una flor, un nuevo juguete. Sin comentarse nada una a la otra, su mamá y su nana daban por sentado que cada una por separado le proporcionaba estos "tesoros". Pero pronto se dieron cuenta de que estas cosas no venían de nadie de la casa....preguntaron a los vecinos y nadie sabía nada....quizás la abuelita, quizás la tía, quizás el papá....por más que preguntaron no pudieron dar con el generoso amigo de la Toti.
Un día, mientras la Toti jugaba en su bosque de la terraza, las nubes cerraron el cielo y comenzó una lluvia de gotas bien gorditas. El viento las llevó por entre las rendijas de la malla y lograron llegar hasta las matas de romero, menta y albahaca que su mamá cultivaba en maceteros de plástico. Las mujeres corrieron a socorrer a la nena de la lluvia y fueron testigos de un singular espectáculo. La Toti reía y reía y entre sus manos había mil piedritas brillantes, de bellos colores y alegre tintinear. Una música clara como la lluvia la hizo alzarse levemente del suelo y bailar como una hojita al viento. Su mamá desconcertada la tomó entre los brazos y al preguntarle qué le sucedía, se dió cuenta que de entre los maceteros salían rayos de luz colorida y logró distinguir entre las hojas una especie de polillitas que con cada carcajada de la Toti, parecían aplaudir y dar gritos de alegría. Pero al querer tomarlos, desaparecían y con ellos todos los tesoros que tan misteriosamente habían aparecido en la casa.
En ese mismo instante las dos mujeres solo atinaron a mirarse con ojos incrédulos. Se abrió la puerta y el papá de la Toti saludó sin reparar en las sorprendidas damas. Tomó a la niña de la mano y le dijo:
- ¡Vamos enanita! Ponte un abrigo para que vamos a la plaza. Te voy a mostrar el arcoíris que se formó en el cielo. ¿Tu sabías, Toti, que al final del arcoíris viven los duendes?
- No papá, ellos viven acá en mi bosque, respondió la Toti. Juegan siempre conmigo y me regalan dulces, mariposas, estrellitas, flores y muñecas.
-Ah! tienes razón! rió el papá, guiñándole el ojo a la mamá y la nana, que aún permanecían en silencio. No hicieron más que cerrar la puerta y las dos corrieron a revisar los maceteros, sacudiendo cada hoja por si encontraban nuevamente las "polillas".....para asegurarse, la mamá roció las plantas con insecticida, pero al cerrar la ventana, escuchó un montón de burlescas risitas que se alejaban con el viento.